miércoles, 4 de febrero de 2015

ACOSO

Hay recuerdos que quisieras preservar por toda tu vida y más allá, y otros que simplemente guardas en lo más profundo que te sea posible para jamás recordar, son vivencias que de una u otra forma tienes que tener, pero estas son tan superiores a ti, que aun cuando hace tiempo entendiste que todo lo malo o bueno que vivas, solo de uno depende el convertirlo en una lección positiva de vida, pero aun así teniendo presente lo anterior no logras convertirlo en algo positivo, ni encontrar la lección adjunta, la opción que te es más fácil es ignorarlo y almacenarlo en donde no te pueda lastimar más, hasta que llegue el momento en donde tengas la fuerza suficiente para poderlo enfrentar.

No encontré durante mucho tiempo las palabras para describir el terror que viví, y cada vez que intentaba redactar mi experiencia simplemente no me era posible. Incluso ahora, aquí frente al monitor se me complica explicarlo, imagino que me es más difícil porque no logro encontrar la enseñanza de eso. No puedo creer que la solución a lo que experimenté sea el dejar de tener confianza en la gente que te rodea, incluso cuando no la conoces. No puedo dejar de creer que existe gente buena a tu alrededor. No puedo dejar de creer que exista la amistad desinteresada entre dos personas.

Cada vez que recuerdo esos dos años de terror, y sentirme en una completa soledad porque simplemente no me creían lo que vivía, en especial las personas que consideras que son más fuertes y podrían defenderte y protegerte, ver que desdeñaban tu miedo y consideraban que exagerabas lo que vivías. Resulta en cierta forma trágico y contradictorio que estando rodeada de gente que te quiere bien, y que en otra situación más evidente sin pensarlo sacarían a ese perpetrador de tu vida. Sin embargo, esa no fue la ocasión.


Solo tres personas me creyeron, una de ellas fue mi madre, mi valiente Pata, que con la misma impotencia que yo solo podía reconfortarme y alentarme, quizá ni ella ni yo aun estando juntas teníamos la fortaleza necesaria para sacar a esa persona que me intranquilizaba.

Las otras dos personas que me creyeron eran mis clientes en la cafetería que tenía en ese entonces, ellas no solo me creyeron sino tuvieron la completa empatía que necesitaba e incluso me dieron ideas u orientación de manera legal para protegerme. Se los agradezco enormemente, sin embargo las leyes poco nos protegen a las víctimas de acoso.

Me cuesta creer cómo no pude defenderme en esa ocasión, cuando yo, que desde hace tiempo atrás, incluso más atrás de este suceso, me convertí en una persona aguerrida y nada agachona, aprendí a alzar la voz cuando algo no me gusta, pelear mis derechos, defenderme. En esa ocasión simplemente no pude, me sentí completamente intimidada e indefensa. En cuanto lo veía me paralizaba y no atinaba a hacer algo más que salir corriendo y esconderme si era el caso de que mis piernas reaccionaban, si no, simplemente me quedaba quieta y callada.

No sé en qué momento le di el poder de dominarme, yo solo fui amable, y esa persona mal interpreto todo, yo solía ser especialmente amable con todos mis clientes de la cafetería -aún lo soy, no logró robarme la alegría por conocer nuevas personas-. En mi negocio encontré todo tipo de gente, los solitarios, los amigueros, los que quieren platicar por gusto o por estrés y se me da la empatía con las personas, así que esa media mañana que entró al negocio dispuesto a platicar yo solo fui cordial y jamás imaginé el terror que estaba por llegar. Fueron dos años en los que no supe cómo salir de eso, estando frente a él no tenía palabras para decirle que me dejará en paz, que no me era grata ni deseada su compañía.

Nunca tuve el poder y la fuerza para expresar de forma directa que deseaba que se fuera y no volviera más, la única arma que me fue posible fue el ignorarlo, rechazar de forma tajante sus invitaciones e insinuaciones imperativas, no mostrar empatía y cordialidad alguna, incluso fui grosera, y lo entendió a medias, dejó de entrar a mi negocio, pero su siguiente reacción fue pasar frente a él varias veces al día y quedarse estacionado al frente o adelante por horas.

Llegó el tiempo de cerrar ese negocio en ese lugar, lo hice sin hacer tanto alboroto, solo un fin de semana, saqué todas mis cosas y entregué el local.

Sin embargo, aun cuando me sentía más segura porque ya no estaba tan "expuesta" me costo trabajo caminar por la zona u otro lugar sin miedo, sentía que en cualquier lado podría encontrarlo, aun ahora, a casi 10 años de esta triste experiencia, a veces me llego a sentir perseguida y me da pavor pensar en encontrarlo.

En esta confesión he omitido muchos detalles, que ahora los recuerdo y me doy cuenta lo patético que era el tipo, quizá sigue siendo. Era (es) un hombre mayor, ya con vida muy hecha y des hecha, enalteciéndose de sus habilidades físicas y poder económico, ahora lo pienso y siento más tristeza  y hasta cierta lástima por él. Finalmente le sobreviví y no logró robarme mi alegría y esperanza por la buena voluntad de las personas recién conocidas.

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